Cómo aprobar una oposición -y dos- a la primera

El secreto para aprobar una oposición se esconde en una palabra de dos sílabas: SU-FRE. Es tan sencillo como esto, pero en fin, para los valientes que quieran emularme y pasar el peor año de sus vidas con la recompensa de un trabajo para toda la vida, aquí van algunos consejillos fruto de mi experiencia.

Fase de concienciación: aquí nos enfrentamos a la bestia por primera vez. Nos hemos apuntado a una Academia y abordamos los primeros temas, que suelen ser bastante light y que, al menos en mi caso, hemos tratado alguna vez, como la insufrible Constitución española.

Parece bastante fácil, comienzas a hacer tests y tienes pocos fallos. Claro que en ese momento no sabes que dentro de cuatro meses, el articulado de la Constitución se habrá borrado de tu mente. Tampoco crees necesario estar todo el fin de semana estudiando, te permites algo de ocio el fin de semana, incluso una siesta.

Si bien uno tiende a pensar que va a ser más fácil y liviano de lo que luego en realidad es, mi consejo es nunca cometer el error de pensar «si no lo apruebo ahora, lo haré en la siguiente convocatoria». Hay una sola convocatoria, ésta, y en ésta vas a conseguir tu plaza dejándote la piel. Este es el secreto del éxito.

Fase de asentamiento: los temas se van haciendo más y más complejos. Si no eres abogado (como es mi caso y en relación a las oposiciones de Justicia) te enfrentas a materias que no entran dentro de la cultura general. Es el caso de la Ley de Enjuiciamiento Civil, cuyo porcentaje de preguntas en el examen ha llegado a superar el 30 por ciento. Esto ya son palabras mayores.

Mi consejo en esta fase es ORGANIZAR EL TIEMPO. Ya hay que establecerse una pauta, ordenar la materia por semanas y ponerse la meta de estudiar una cantidad de materia por día; si un día hay un imprevisto y no se llega a lo previsto, hacerlo al día siguiente.

En esta fase, yo trabajaba y además tengo una niña pequeña. Después de distintos ensayos, como de noche me encontraba agotada empecé a levantarme entre las 5 y las 6 de la mañana, estudiaba hasta las 8.30, trabajaba desde las   hasta las 8 de la tarde, aproximadamente y los fines de semana estudiaba unas seis horas por día.

Preparaba anticipadamente el tema cuya clase luego me impartirían el sábado por la mañana en la Academia. En todo el año sólo falté a una clase.

En Semana Santa no salí y me quedé en casa los cuatro días festivos estudiando entre seis y ocho horas diarias. En este momento ya se me había olvidado la Constitución; inocente de mi, no sabía que se me olvidaría aún más veces.

Cuenta atrás: digamos que esta fase comienza a partir de la publicación de la convocatoria. Ahí está, existen plazas y una es para ti. Sigo insistiendo de que hay que alejar de la mente el pensamiento de que no se puede aprobar a la primera y el tóxico argumento de «yo no me agobio, si no es ésta lo aprobaré en la siguiente».

A estas alturas ya hemos adquirido un hábito de estudio. Somos capaces de estudiar seis horas. Nos hemos fastidiado el verano, hemos dejado de dormir la siesta y madrugamos. Es el momento de ampliar el horario de estudio a ocho horas y el madrugón en una hora (estamos hablando de las cinco de la mañana)

Cuanto antes nos levantemos, antes acabaremos de estudiar, y así parecerá que tenemos algo de vida personal (es una ilusión, en realidad no la tenemos, pues llegará un momento en el que no podremos desconectar).

Fue en esta fase cuando tuve la fortuna de descubrir Academia Directa y tomé la decisión acertadísima de apuntarme. Aunque mi preparador de la Academia presencial es estupendo, la plataforma virtual de este centro de estudios permite conectarte en cualquier momento y escuchar y otra vez las clases grabadas, con lo que se hace más ameno el trabajo y lo puedes adaptar a tus circunstancias personales.

Por otra parte, la Academia presencial había tomado la desafortunada decisión de no impartir clases en agosto, con lo que íbamos atrasados con el programa. Gracias a Academia Directa, terminé los 31 temas del programa antes que la Academia presencial, con lo que en octubre ya estaba repasando. Este mes fue especialmente duro, porque por semana estudiaba tanto el tema de Academia Directa como el de la Academia presencial (que no abandoné). Aquí definitivamente ya había adquirido un considerable hábito de estudio y capacidad de concentración.

Por suerte o por desgracia estaba en el paro, con lo que disponía de las mañanas mientras mi hijita iba al colegio. Después de comer estudiaba un par de horas, pero he de decir que a las siete de la tarde me encontraba cansada y mermaba mi capacidad de retención.

Fase de pánico:

Vino a partir de la publicación de las fechas del examen. Esta fase duró tres terribles meses: diciembre, enero y febrero. Es aquí donde mi esfuerzo fue más grande. El estado de ánimo es de tensión constante, con episodios incluso de falta de confianza en mi misma.

Las Navidades fueron emocionantes, me permiti el lujo de descansar Nochebuena, Navidad, Fin de año y Reyes. El resto de los días continué levantándome a las cinco. Como a veces tenía insomnio, me levantaba a las 3. Desde enero, comencé a incluir en mi estudio, dos horas de test y supuestos prácticos a la misma hora que los haría en el examen, las 10 de la mañana.

Mi tiempo de estudio se amplió a 12 horas: de 5 de la mañana a 6 de la tarde con una hora para comer, incluyendo sábados y domingos. Comencé a tomar un complemento vitamínico que supuestamente facilita la capacidad de memorizar.

El mes de febrero, previo al primer examen, me hice un planning de tres o cuatro temas diarios. Los primeros días no lograba completarlos, finalmente sí. En total, desde marzo de 2011 a marzo de 2012 di a los 31 temas del programa once vueltas. No dejé nada por estudiar, ni un sólo test sin hacer.

Alea jacta est:

El día antes del primer examen no estudié nada. Y esa noche fue malísima, dormi muy poco. Mientras dictaban los nombres en la puerta del aula, tenía ganas de llorar y me faltaba la respiración. Ya en el interior del aula tuvimos que esperar tres cuartos de hora para comenzar el examen, porque era obligatorio que se iniciara en toda España a la misma hora. Esos minutos fueron una pesadilla. Llevaba todos mis amuletos y promesas a cuestas. En mi casa había sembrado una maceta de trigo y en mis manos una medalla de Santa Paula de Montalt, cuyo santo era precisamente el 26 de febrero.

Cuando, temblorosa, abrí el cuadernillo, vi que sabía las respuestas, que apenas tenía dudas. Y a medida que avanzaba en el examen me sonreía. Me estaba saliendo francamente bien. Me parecía incluso fácil.

Mi impresión fue la adecuada, como podría comprobar días después, al corregir el examen. Porque sí, lo aprobé, saqué mi plaza. Quince días después me presenté a los exámenes del segundo cuerpo, y en esta ocasión fui mucho más tranquila, pasada la experiencia del primero. Otra notaza más, y en el supuesto práctico ni un solo fallo.

Si alguien piensa que aquí comienza la fase de relajación, pues no. De hecho el nerviosismo fue en aumento hasta que no se publicó mi nombre en la página web del Ministerio. Incluso sufrí ataques paranoicos pensando que quizás las cruces de las respuestas no estaban correctamente centradas y me las iban a invalidar (histeriquilla que es una).

Ahora, echo la vista atrás y soy consciente de que ha sido un mal año. Pero me espera un futuro en el que creo que por primera vez en la vida mi esfuerzo va a ser premiado con uno de los bienes más preciados posibles: el trabajo. Esta es mi experiencia para aquellos que quieran entender cómo aprobé una oposición a la primera. Tampoco hubiera sido posible sin el apoyo de mi marido y de mis padres, quienes se ocuparon de cuidar a mi hijita y de hacer las labores domésticas para que yo pudiera estudiar. Junto a esto mucha Constancia, sacrificio y el único objetivo de conseguir la plaza.